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viernes, 4 de marzo de 2011

UNA MAÑANA DE DOMINGO

Algunos domingos, suelo ir con mi eterno acompañante a desayunar café con churros a una cafetería típica, aunque algo cutre, del centro. Acabado el desayuno, tenemos por costumbre dar un paseo por las calles más emblemáticas del casco histórico, a esa hora, están mojadas y casi vacías.
El paseo es una espacie de recorrido turístico por Málaga, yo al menos, así lo siento, y trato de hacerme a la idea de que he llegado al puerto a bordo de un crucero. En un intento de darle realidad a ese planteamiento digo : -Me voy a poner mis ojos de “guiri”.
Esta mañana, fuimos de puerta del Mar a calle Larios. En ella, he admirado la armonía de edificios y sus esquinas redondeadas, que a las calles adyacentes les dan mayor perspectiva. Por alguna de estas bocacalles, asoma majestuosa la única torre de la Catedral.
En la plaza de la Constitución contemplo la Casa del Consulado, la fuente de los Genoveses y el arco de entrada al Pasaje Chinitas, célebre por su famoso café cantante, inmortalizado en los versos de García Lorca.
Al llegar a calle Granada, reparo en la belleza de los cierres de sus casas. Cruzamos la Plaza del Carbón y la del Siglo y, continuando por calle granada, atrae mi atención la iglesia de Santiago con su torre mudéjar.
Llegamos a la Plaza de la Merced, en el centro de la misma, el obelisco en homenaje a Torrijos, y a sus compañeros constitucionalistas, fusilados en las playas de San Andrés, leo sus nombres, y recuerdo esos pasajes trágicos de nuestra Historia. Vemos la casa natal de Picasso y el mercado, y deambulamos por lugares, por los que no solemos pasear, hasta volver otra vez, por calle Álamos, a la plaza de la Merced para continuar hacia calle Alcazavilla, aún en obras, lo mismo que el Museo de la Aduana.
El Centro de Interpretación del Teatro Romano está acabado, y las excavaciones del teatro parece que han sido dadas por finalizadas. Vamos desde el Centro de Interpretación al interior del teatro. Pasamos por los caminos trazados en madera hasta salir al pié de la Alcazaba, que parece coronar el monumento romano.
Giramos a la derecha y cogemos calle Cister, vemos la Abadía de Santa Ana y los jardines de la Catedral. Admiramos este bello monumento donde se mezclan los estilos gótico, renacentista e incluso barroco. Un grupo de turistas está junto a la puerta de las Cadenas, unas gitanas les ofrecen romero, hay pobres pidiendo junto a la verja, ante ella, un guarda jurado vigila que no entre el guía con los turistas; es la hora de la Misa Mayor.
Tañen revoloteando las campanas, son las once y veinticinco. Va a comenzar la ceremonia. Entran los fieles, y los turistas dispersos entre ellos, y nosotros, cansados por la caminata, sin pararnos a pensar si somos turistas o feligreses, también entramos con el ánimo de descansar sentados un rato.
Pasada la puerta, elevo la mirada, la monumentalidad de las columnas y de las bóvedas me sobrecoge. El tabernáculo estilo romano, dedicado al misterio de la Encarnación, se halla detrás del altar mayor. Delante de él y tras el altar, el obispo de la diócesis, Don Jesús Catalá, está rodeado de los demás oficiantes de la misa. Suena el órgano y cesa el murmullo, la música envuelve todo el recinto. Una monja canta, su voz melodiosa acompañada por el órgano, hace que me eleve a regiones no terrenales.
El obispo inicia la ceremonia, todos los asistentes nos ponemos de pié. Compruebo, que recuerdo aún los pasajes de la liturgia que aprendí de niña, y me oigo, dando las respuestas correctas a los oficiantes de la misa. El Evangelio es de San Juan, el obispo es su lector, una tos inoportuna le hace interrumpir la lectura con frecuencia, se le ve incómodo, no obstante, da una homilía sobre el Cordero de Dios del que habla el Evangelio.
El prelado nos dice que recemos el Padrenuestro y que nos demos fraternalmente la paz del Señor. A nuestro lado hay un joven negro indeciso en dárnosla, le alargamos nuestras manos, y se sonríe. Vuelve a sonar el órgano, el ritual llega al momento cumbre de la consagración, me hinco de rodillas e inclino la cabeza, igual, que hacía en mis años ingenuos.
Estamos a un lado del crucero de la catedral, ya hemos descansado, pero no nos salimos, no encontramos el momento oportuno para hacerlo, pienso, que nos ha envuelto la liturgia.
Después de la comunión, el ministro de Cristo se sienta en la silla episcopal. Con más virulencia que antes, la tos le hace a cada momento interrumpir su plática. Las cabezas del águila bicéfala del respaldo de la silla, asoman a ambos lados de la cabeza del prelado coronada con la mitra, él, se contrae a cada golpe de tos. Oyendo sus convulsiones, me parece que bajo como de una nube y pongo los pies en la tierra.
Con la última bendición del obispo, nos santiguamos y salimos de la Catedral ¿Cómo fieles? ¿Cómo turistas?
Junto a la verja, los mendigos siguen pidiendo, y las gitanas, continúan ofreciendo a la gente sus romero.


Amalia Díaz Martín
31 de enero de 2011


2 comentarios :

  1. Amalia hay que hacer "patria" y recordar costumbres y lugares tan nuestros.
    Si esto se hace con la maestría que tú tienes, tanto mejor, da gusto leer tus cosas y recordar otros tiempos, aquellos que la gran mayoría de nosotros vivimos.

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  2. No se te ha olvidado nada Amalia, lo tienes todo bien guardado, pero has corrido paralelo a los tiempos y tu fe se ha quedado algo atrás.

    No entraste como fiel sino como turista, ya ves , el negro se dio cuenta que estabas tensa y no se atrevió a darte la paz. A lo mejor te encuentras otra vez al negro esta Semana Santa.

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