
Junto a mi costado, e incrustándome una rodilla en los riñones, siento el cuerpecillo de una de mis hijas, que esta noche ha tenido “malos sueños” y se nos ha colado de “rondón” en la cama, instalándose entre su padre y yo en posición diagonal, y convirtiendo nuestro colchón en un campo de rugby. Observo su carita dulce y sonrosada y su respirar profundo: ¡angelito! me digo a mí misma.
Medio sonámbula aún, y dando traspiés llego a la cocina. Enchufo la cafetera, voy exprimiendo las naranjas, saco del congelador los filetes para el segundo plato y comienzo a vaciar el lavavajillas que cargué anoche antes de irme a la cama. Mi marido aparece en escena; nos damos lo buenos días como autómatas y él comienza a preparar los bocadillos de los niños para el recreo, y a revisar las mochilas. Recojo la ropa del tendedero, porque aunque aún no ha amanecido, el cielo parece amenazar lluvia. Doblo las prendas con una rapidez increíble y del cesto de ropa sucia voy llenando la lavadora: el detergente, el activador del lavado, el suavizante, giro el mando y ¡listo!

Por fin, vestidas y aseadas, las dejo junto a sus cuencos de cereales, sus vasos de zumo, y la supervisión de su padre que les está limpiando los zapatos. Mi habitación está helada. El ventilar a estas horas de la mañana, es como sumergirse en una cámara frigorífica. Estiro las sábanas y el edredón, ¡que invento, Dios mío! Y al baño. La ducha, aunque rápida, me despabila. Me visto en un pis-pas, y sin apenas mirarme en el espejo, me doy unos ligeros retoques.
Despierto a mi hijo mayor, y le hago, como todos los días, las recomendaciones del alma. “Desayuna, haz tu cama y la de tus hermanas, llámame al llegar al Instituto, no te olvides de dejar la not

Sonriendo, nuestras hijas se despiden de nosotros desde el autobús del colegio, ya reconciliadas con el mundo.
Apenas pasan dos minutos de las ocho de la mañana y estoy sentada frente al ordenador, en mi mesa de trabajo. Quedan siete horas por delante en las que habré de realizar mi trabajo profesional antes de enfrentarme de nuevo a mis obligaciones como ama de casa. Reflexiono sobre mi “status” de “mujer realizada” y doy las gracias por ello.
Un compañero, se acerca con tono festivo y me dice: ¡Muchas felicidades, hoy es tu día, el día de la mujer!
En homenaje a mis nueras.
Mayte Tudea Busto.
8-Marzo-2012
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