
En ese círculo vicioso que supone sentirse desdichado e ir suministrando los leños que mantienen vivo ese sentimiento, la visión de conjunto se va deformando y se termina por creer que el resto de los seres con los que te relacionas no te comprenden, no te valoran, no te conceden lo que tú crees merecer, no se comportan como tú esperas y necesitas, en resumen, son injustos contigo. “El mundo frente a mí”.
A partir de aquí es fácil caer en el victimismo y la autocomplacencia. De ahí a pensar que la corriente de la vida siempre va en tu contra y de que existe una especie de conspiración contra ti, hay un breve recorrido.
Siempre recuerdo el chiste de la madre contemplando el desfile de su hijo, y la conclusión a la que llega de que todos llevan el paso cambiado, salvo el suyo.

Hay ocasiones en las que queremos imponer a los demás nuestra generosidad, convencidos de que es bueno para ellos lo que les ofrecemos, y exigimos que nos lo agradezcan. Olvidamos la libertad de los otros para aceptar o no lo que les damos, si además no nos ha sido pedido.

Porque en todo aquello que hagamos por nuestra familia, nuestros amigos y otras personas, la primera y mayor compensación tiene que ser la que va implícita en la misma acción, sin esperar nada a cambio. “Hay más placer en dar que en recibir”. Si aguardas correspondencia a lo que haces, ya no es un regalo sino una transacción. “Do ut des”. “Doy para que des” ¿Dónde está el mérito?
Mayte Tudea
1 de Agosto de 2012
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