
Una tarde al entrar en su dormitorio, la cama parecía atraerla, deseaba meterse en ella, taparse la cabeza y perder la noción del espacio y la realidad. Al bajar la persiana, un rayo de sol la deslumbró, y se dio cuenta de que estaba a mediados del hermoso mes de mayo. Como una sonámbula se puso un bañador y un pareo, cogió el bolso, metió en él una toalla y el primer libro que tuvo a mano y se encaminó a la playa. Cuando llegó el sol estaba radiante, la mar celeste y en calma y la playa vacía, sólo había una bañista. La bañista era alta y delgada y su bikini negro mojado acentuaba más su delgadez. En la orilla se estrujó con las manos su melena y Marina vio en su rostro armonioso el brillo penetrante de unos ojos enigmáticos y oscuros. Sin saber por qué la bañista despertó en Marina curiosidad, y para desentenderse de ella cogió el libro ( ”Vida después de la vida” era su título) y comenzó a leerlo. La bañista paseaba por la playa y al pasar junto a ella la saludó con una voz bien timbrada. Esta escena u otras parecidas se repitieron varias tardes, hasta que en una tarde de gruesa marejada, coincidieron en sus paseos por la orilla y se vieron juntas hablando de inquietudes y preferencias. Se presentaron, la bañista se llamaba Eloísa, nació en San Sebastián, y allí vivía, aunque había trabajado mucho tiempo en Madrid, Roma y París. En la actualidad estaba haciendo un recorrido itinerante por el Sur y no tenía decidido cuándo regresaría a su tierra, allí no la esperaba nadie.
Sin citarse, se encontraban todas las tardes en la playa. Una tarde Marina llegó antes, abrió su libro y se puso a leer. Estaba intrigada con uno de los testimonios de libro cuando oyó a Eloísa que la saludaba. Después del saludo le preguntó qué libro leía, y al enseñárselo ella respondió:
-Yo he vivido una experiencia como las que relata Raymon Moody.
Al ver la mirada entre incrédula y asombrada de Marina, ella dijo:
-Sí, la viví hace cuatro años, mi madre aún no había fallecido, y cambió el rumbo de mi existencia. Sucedió en mi apartamento de París.


Sintiendo que me iba, me debatía entre irme o quedarme, entre el placer que sentía al acercarme a la luz y el sufrimiento que mi marcha le ocasionaría a mi madre. Pudo más mi amor de hija y comencé a gritar:
-¡No quiero irme!¡Mamá, mamá ven, dame la mano, llévame contigo!
Noté que tiraban de mí, que la luz perdía brillo y que se alejaba lentamente hasta perderse de mi vista. Un teléfono parecía sonar no muy lejos, quería ir a cogerlo y no era capaz de levantarme. Me dolía la cabeza y me sentía como si viniera de una latitud desconocida. Desorientada, sin noción de la hora ni del lugar donde estaba, logré incorporarme y me di cuenta de que era de noche, que estaba al final del salón y, que me había dado un golpe en la cabeza con el quicio de la puerta.
Esa noche la pasé en blanco y medité sobre el mundo ficticio y banal en el que me desenvolvía. El prestigio de mi academia se basaba en la preparación de las chicas con una disciplina casi espartana para triunfar a toda costa en la moda. Les enseñaba trucos de nutrición y artificios para que dieran la imagen que los modistos deseaban, eran para mí como robots de mi creación. Mi trabajo se centraba en la estética, pasaba de sus sentimientos, lo importante era que triunfaran, en su triunfo, estaba el mío. Traspasé la academia y volví a San Sebastián, y hasta que mi madre murió la cuidé intentando darle el cariño que le escatimé deslumbrada por una vida superficial que me ha dejado un gran vacio en el alma. Mientras Eloísa hablaba, Marina identificaba sus errores de conducta con los suyos.

Pasadas un par de semanas, ojeando un periódico atrasado leyó:
-“Una mujer que no ha sido identificada ha aparecido ahogada en la playa de Levante. Es alta y delgada y tendrá unos cuarenta y tantos años. Se cree que sería arrastrada por la resaca del temporal que azota nuestras costas...”
A Marina se la vino a la mente Eloísa, y cogió el teléfono para recabar información del periódico, pero lo colgó. No quería saber lo que intuía, no quería pensar en la bañista viendo otra vez la luz blanca al final del túnel sin nadie que la rescatara o ¿sería lo que ella deseaba?
Amalia Diaz
Julio2011
Me parece un fiel reflejo de la vida de muchas mujeres actuales. Agil y bien narrado.
ResponderEliminarEnhorabuena.