
Desde la presentación impecable del profesor Redoli -sabia y amena a la vez-, hasta las frases de aliento y de cariño que recibí de las personas que asistieron –e incluso los mensajes que me enviaron los que no pudieron estar presentes-, han supuesto para mí una alegría y una emoción tan grande, que significan un regalo muy valioso que no estoy segura de merecer.
Hubo otra ocasión –menos grata-, en la que también sentí esa oleada
de aprecio y de apoyo por vuestra parte, y tampoco la olvido. Ahora bien, prefiero un millón de veces que se produzca por esta última circunstancia de presentar un libro, que por la desgraciada fractura de cadera, casi olvidada, gracias a Dios.
De lo que se deduce que la vida es caprichosa y cambiante, y en la alternancia de los buenos y de los malos momentos está su verdadera esencia. Aferrándome a los buenos –los que viví el día 5 de diciembre- y que prometo retener en la memoria, sólo puedo deciros de todo corazón, ¡GRACIAS!
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