
Después de una cena buena e íntima en familia, después de tomarnos las tradicionales doce uvas al son de las campanadas del reloj de la Puerta del Sol, transmitidas por televisión, y después de los brindis con “champán “, de los besos, las felicitaciones y los deseos de salud y prosperidad para todos en el año entrante, pasadas un par de horas del nuevo año nos fuimos a casa a descansar. Al llegar, miré los calendarios caducados y evoqué algunos de los días vividos que se han quedado en el recuerdo, los demás, se han diluido en la memoria acumulándose solamente en el organismo.

“ESTA CRISIS SE PARECE A LA DEL 29 QUE LLEVÓ A UNA GUERRA”
Luego, al preguntarle el periodista ¿Por qué es un mito la paz? Le contestó que nos hacemos la ilusión de que en las civilizaciones avanzadas la guerra es cosa de épocas pasadas. Y no es verdad.
No era la mejor manera de comenzar el año leyendo el contenido del artículo, sin embargo, como hay que vivir el momento, me encaminé al centro de la ciudad con mi fiel acompañante, dispuestos a hacerle los honores al nuevo año con un buen desayuno. Tras acabarlo, sin poder olvidar del todo lo leído en el periódico, paseamos por las calles más emblemáticas del centro mirando la ornamentación del alumbrado navideño y llegamos hasta la Catedral cansados, entramos en ella y nos sentamos cuando la música de los órganos llenaba todo el recinto. Al instante, guiados por el obispo de la diócesis, desfilaron delante del altar mayor los cinco oficiantes de la misa, y al terminar los primeros cánticos, uno de los sacerdotes con un libro de los Evangelios ricamente recamado, subió con gran ceremonia los escalones del púlpito envuelto en una nube de incienso, leyó una introducción al evangelio del día, y al terminar, bajó con el libro en alto y se lo entregó al obispo, que haciendo con él la señal de la cruz, bendijo a los fieles y comenzó la lectura del Evangelio de San Lucas.
Acabada la homilía, el prelado hizo seis peticiones a Dios con las plegarias colectivas: ¡Señor escúchame! ¡Señor óyeme! Empezó las súplicas por el vértice de la pirámide católica en línea descendente; por el Papa, por la Santa Madre Iglesia, por el obispo y los sacerdotes, por las vocaciones en los jóvenes, por la paz, por los que sufren y por todos los hombres del mundo.

El medio día era espléndido, las calles y las terrazas llenas de gente, y mi corazón, feliz y un tanto acongojado por disfrutar del bien de la paz y tener que aceptar impotente no poder hacer nada para que los pueblos en guerra puedan participar de ese bien, sólo, esperar que Dios atendiera mis súplicas.

Amalia Díaz
4 de enero de 2012
4 de enero de 2012
No hay comentarios :
Publicar un comentario