
Diré en principio, que me horroriza esta lacra a la que parece no es posible ponerle freno de una forma efectiva, puesto que se han cambiado leyes, arbitrado mayores y mejores medios policiales y judiciales, habilitado centros de acogida, y apoyado a las mujeres de una manera más decidida, y, sin embargo, la sangría continúa.
Resulta intolerable cuanto viene ocurriendo y no hay calificativos para definir a estos sujetos que consideran a la mujer como un objeto de su propiedad, y por tanto, deciden cuándo retirarla de “la vida activa” si se resiste a sus exigencias, o si pretende liberarse del yugo insoportable que la encarcela.

Estos hombres que ni siquiera merecen pertenecer al género masculino, terminan apareciendo en los medios de comunicación cuando ya han culminado su abominable “proeza”, y algunos deciden quitarse la vida después de asesinar a su compañera. ¡Ojalá invirtieran el orden de la acción! Ellas –en casi todos los casos tan necesarias- continuarían viviendo,
y, ellos, dejarían de constituir una amenaza permanente, y pasarían a criar malvas, que en el campo, al menos, resultan decorativas.
Rebajando un poco –sólo un poco-, el grado de peligrosidad, se encuentra el maltratador físico, aquél que conoce las zonas del cuerpo en las que golpear sin que las huellas se manifiesten a primera vista y de un modo evidente.

Pero aún existe otra categoría más malvada y más sutil: El maltratador psicológico. Aquél que de palabra u obra somete a la mujer a una vejación casi permanente, minusvalorándola, haciéndola sentirse torpe, incapacitada
para manifestar una opinión, falta de atractivo, y sujeta a la crítica permanente de todo cuanto hace. El repertorio suele ser variado y sin embargo, repetitivo: “Este pantalón está mal planchado”; “eres una inútil”,
“tú callate”; “Si no fuera por mí ¿quién habría cargado contigo?”
Tras el desprecio que ejercen en el afán de humillar a su pareja, de destruir su autoestima y de anularla como persona, creo que se esconde un fuerte sentimiento de inferioridad y necesitan “cargar” contra el más débil para poder sentirse superiores.

De acuerdo con mi compañero Nono en que será necesario practicar la “tolerancia cero” y evitar los “silencios cobardes”. Hay que continuar animando a las mujeres a que denuncien y a que no permitan ser maltratadas. Desde el primer momento. Desde la primera bofetada.
Desde el primer insulto. Un hombre que se comporta de ese modo no puede quererlas, y no deben admitirse nunca los arrepentimientos ni las promesas de que no volverá a suceder. Porque, desgraciadamente, ocurre de nuevo.
Ahora bien, teniendo en cuenta el doloroso drama por el que transitan estas mujeres y cuyo camino, en demasiados casos, termina por llevarlas a la tumba, no podemos ignorar la otra cara del problema, la que se viene desarrollando al amparo de esta gravísima lacra: la de esas otras mujeres que se sirven de falsas denuncias para conseguir determinados propósitos:

Si hemos de denunciar, denunciémoslo en su conjunto, porque esta otra vertiente, tampoco es tolerable. Y brindemos nuestro firme apoyo a las que de verdad sufren; que se sientan comprendidas y protegidas por toda una sociedad que rechaza frontalmente al maltratador y le grita a la cara su desprecio.
Mayte Tudea Busto
22-Enero-2012
¡AMÉN¡
ResponderEliminarHay que mojarse, aun más, impregnarse hasta el tuétano en la lucha que propones. ¿Y los hombres? Quien es causa de la causa es causa del mal causado.
ResponderEliminarNono.