Si habéis conseguido sobrevivir a las comilonas navideñas en familia, aunque fuera con la ayuda de algún protector estomacal, y estáis leyendo esto, significa que el calendario Maya no era tan catastrófico. Otro fin de año escuchando las doce campanadas, luciendo gorro o peluca, matasuegras, tirabuzones de serpentina y llenos de confetis hasta en el cielo de la boca. Todo ello con alguna botella vacía entre las manos.
Ya ha cruzado el umbral y 2.013 está entre nosotros. En principio, y por lo de terminar en trece, no cuenta con la buena acogida de los supersticiosos. Estoy segura que más de uno y de una, aunque no lo reconozca, ha hecho algunos o todos los rituales mágicos que nos cuentan por aquí y por allá, para conjurar la suerte del año que comienza, y esta vez con más ahínco que nunca.
Si no os habéis atragantado al tomar las uvas a la pata coja, ni con el anillo de oro que previamente habíais puesto en la copa de cava. No se ha quemado la casa con los velones dorados que teníais que encender en cada habitación, para atraer el trabajo y la fortuna. No habéis cogido una pulmonía con todas las ventanas de la casa abiertas a la vez, para que salieran por ellas las energías negativas de 2.012 y entraran las positivas. Si habéis pisado con fuerza y con el único pie que os quedaba en tierra, el papelito doblado en cuatro, con tres deseos escritos para el nuevo año y que después había que quemar con la llama de los velones, porque si no, no se cumplirán. Si no olvidasteis el importante detalle de poneros anoche una elegante y discreta ropa interior roja, supuestamente, para seguir encendiendo pasiones los próximos trescientos sesenta y cinco días; está claro que, salvo otras costumbres foráneas que no figuran en esta lista, porque no tienen jurisdicción en el territorio nacional; habéis hecho todo lo posible por convertirlo en el mejor de los años.
Ya veremos si lo logramos o no, pero no me negaréis que ha sido con diferencia una de las noches más entretenidas del año.
De todas formas, y por encima de nuestros deseos, en el libro mayor de la vida hay años que van a parar al debe y otros al haber, aunque pocas veces nos cuadra el saldo del balance final. La incógnita es saber donde pondremos a 2.013 cuando termine, porque este recién nacido, más que ningún otro, tiene toda la apariencia de ser un gigantesco huevo Kinder, así que tendremos que afrontarlo con un par de ídem, para llegar al final sin morir en el intento.
Esperanza Liñán Gálvez - 1 de enero 2.013
No hay comentarios :
Publicar un comentario