
No somos dueños ni superiores de nada, todo nos fue dado por la grandeza y divinidad de Dios y ni un solo pelo de nuestra cabeza nos pertenece. La cultura de hoy quiere hacernos creer que, el más bonito/a y el más esbelto/a, valemos por nuestras ropas, por estar a la moda y porque con todo ello seremos más poderosos. Nada tiene que ver con la realidad. La vida no nos da ni nos quita cosas, solo nos libera de ellas para volar más alto y disfrutarla con toda plenitud.
La plenitud del trato con los demás, con sencillez, es posible y sin un gran esfuerzo, solo nos dedicaríamos en este aspecto a mostrarnos amables y dados a la comprensión. Deberíamos pensar más frecuentemente que “de la cuna a la tumba pasamos por la escuela de la vida”, por tanto, durante esa etapa vamos a aprender “de todo” bueno y malo, pero seremos nosotros mismos quienes observemos y apliquemos nuestros conocimientos y comportamientos.
Convivir y compartir con los demás nuestra sabiduría nos hará grande pero no superiores, es como adquirir la felicidad y repartirla con ese gesto. Aquello que llamaremos “problemas”, cuando lleguen, serán lecciones para aprender y trasmitir. Deberíamos entender que la felicidad es un deber y no un derecho, de manera que como tal, supondrá el ejercicio diario para conseguirla.

Deberíamos pensar, con cierta humildad, que “no hay muerte, sólo es una mudanza” y en “el otro lado” habrá gente sencilla y maravillosa que hicieron el “tránsito” llenos de amor y felicidad, tales como San Agustín, la Madre Teresa, Santa Teresa, Miguel Ángel, Gandhi, y más cercanos, nuestros padres… que se entregaron por nosotros.

Este ”bien”, explícitamente extendido, forma parte de una gran mayoría, pero no se nota porque es silencioso, tan silencioso como una suave caricia, sin embargo, el alboroto de alguien o un daño público tendrá mayor repercusión y nos escandalizará sobremanera.
Por último, no perdemos a nadie, el que murió simplemente se nos ha adelantado, porque para allá vamos todos. Por ende, todo lo mejor de él, su riqueza y su amor sigue en nuestros corazones. ¿Acaso hemos olvidado la pasión y muerte de JESÚS?
Juan Fernández Pacheco - Mayo 2.013
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