
Mientras esperaba en el salón a que bajase mi mujer de la habitación para ir a cenar, me entret

Cuando estaba por cerrar el libro, tropecé con la firma de mi ex mujer. En su nota daba las gracias a la dirección del hotel por haberla ayudado a conocer la felicidad con Martín. Me chocó que después de tantos años sin saber nada de ella las noticias me hubiesen llegado a través del dichoso libro. Águeda (así se llama mi ex mujer) es veterinaria y me dejó por un afinador de pianos (Martín), se ve que mi falta de sensibilidad (yo soy agente de seguros) nos separó. Al bajar mi mujer me deshice en halagos sobre su peinado y su vestido para que no se notase mi aturdimiento. Del encuentro que acababa de tener con mi pasado no le dije nada.
Durante toda la cena estuve dándole vueltas en mi cabeza al dichoso hallazgo. No conseguía hilar un tema coherente de conversación acorde con lo que celebrábamos.
― ¿Sabes cielo que van a construir un túnel para unir África y Europa?― le comenté a mi mujer para distraerla.
― Podrían inventar antes una patera que no se hundiera ― me contestó con cara extraña.
― Pues lo de esta mañana si que ha sido gordo ― insistí ― he oído en la radio que han descubierto que la infertilidad masculina se debe a un fallo en la mutación de una proteína que cubre el esperma como si fuera un chubasquero, y esto impide que pueda atravesar la mucosa del óvulo para penetrarlo y fecundarlo.
― ¡Qué asco! ― me replicó sin levantar la cabeza del plato ― ¿Es eso todo lo que se te ocurre en una noche como ésta?

Volví al salón cuando mi mujer se durmió para releer el libro de las dedicatorias hasta encontrar la de Águeda. La leí tres o cuatro veces y comprendí que encerraba un mensaje para mí. Leyendo sus palabras con atención deduje que aun seguía queriéndome. Era natural, yo había sido su primer amor y sería, estaba seguro, su amor definitivo. Me emocioné, qué quieren que les diga, incluso se me escaparon unas lágrimas que emborronaron la dedicatoria. Y es que en el fondo yo soy un sentimental.
Así que allí estaba yo, a las cuatro de la mañana, en un puñetero hotel rural con encanto, leyendo la dedicatoria que me había hecho mi primera mujer y para colmo llorando, cuando no lo hacía desde que era niño. ¿Qué me estaba sucediendo?
No lo sé, pero la verdad es que yo también me dediqué a escribir en el fastidioso libro dando las gracias por haber contactado con mi pasado. Al principio solo fue una dedicatoria pero ésta se extendió hasta el punto de que terminó siendo una extensa carta para Águeda en la que le expresaba todo lo que no había sido capaz de decirle durante nuestro matrimonio. La despedida fue muy encantadora y ya de amanecida me metí en la cama. Cuando me desperté, serían las dos de la tarde, en el espejo del cuarto de baño mi mujer me había dejado una pegatina en la que me decía adiós para siempre. Había leído el condenado libro de firmas mientras desayunaba. ¡Otra vez me ha dado la neura!
Sencillamente no tengo arreglo.
Nono Villalta (agosto 2011)
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